7 de octubre de 2008

EL ALPINISTA

El alpinista miró una vez más la fotografía, se despidió de sus compañeros y dejó atrás el campamento en plena tormenta. Un viento helado silbaba y los copos caían tan deprisa que le impedían vislumbrar la cima, aunque le parecía hermoso. Subía penosamente, apartando a manotazos la nieve que intentaba colarse en su pasamontañas, la misma que al caer ayudaba a sepultar sus huellas. Subía y notaba que los dedos, la nariz y las orejas no eran suyas, que le abandonaban, que una parte de él se iba durmiendo, que estaba soñándose. Pero no dejaba de subir. Sentía que le faltaba el aire y que una prensa le apretaba el pecho. Pero continuaba subiendo. Giró a la izquierda, entre dos peñascos, y, al fin, logró ver la cima. Estaba más cerca de lo que pensaba, tan cerca que casi podía tocarla con las yemas de sus dedos dormidos. Estaba tan cerca que ya estaba allí, en medio de las nubes. Estaba tan cerca que ya casi no estaba cuando sacó de un bolsillo la fotografía y se puso a mirarla. Cuando, muchos años después, le encontraron entre las nubes aún la seguía mirando.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuánta belleza escarpada, abrupta, los dulces sueños de todos los que decidieron quedarse allí, entre las nubes.
Un fuerte abrazo!
Gcc

LA CASA ENCENDIDA dijo...

Qué relato más bonito, niño.
Besicos

Anónimo dijo...

Entre nubes me ha dejado tu relato, Juan Carlos.
Un abrazo
Teodora