6 de febrero de 2013

TAQUÍGRAFOS Y POETAS




TAQUÍGRAFOS Y POETAS

[…] son estos ojos cual dos cuevas

[…] y en mi cabeza sopla el viento:

¿será la muerte como un vino?

A Leopoldo María Panero y Félix J. Caballero

Sitting Bull ha muerto: no hay tambores

El indio eyaculaba la chispa de la vida, por eso lo mataron. Fueron los gremlins: el séptimo de gremlins. El poeta exhala el humo de su cigarrillo y me mira de reojo desde el otro extremo del banco de piedra mientras inauguro una libreta. Luego escupe en sus zapatos y le sale por la boca algo inaudible, una especie de gruñido en francés. Quiere matarnos. El niño del columpio, añade tras un tiempo de silencio. Atteste quelque cigare (1).

¿Te cuento un chiste de locos? No, mejor no, poeta, le digo. Sitting Bull, cabecea, tenía la polla larga y afilada como un abrecartas, por eso lo mataron. 

Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio

Born in the USA. No me tomes del brazo para cruzar la calle, porque no volveré a morir atropellado. No hay peligro en las ruedas. La muerte es esa vieja. Esa vieja de la CIA que arrastra por la acera el carro de la compra. Poeta, coño, le riño, eso ya lo dijiste ayer y anteayer, y me guardo la libreta y la pluma en un bolsillo. Bajo el hombrecillo rojo del semáforo, el poeta tiembla de demencia, se arruga y se prende otro pitillo. La llama exagerada chamusca sus pestañas. Ese hijoputa enano es el jefe del mundo, musita alzando la barbilla. Y luego, muy despacio, se frota ambos párpados contra el telón del tiempo: cómprame otra coca.

Hablamos para nada, con palabras que caen y son viejas ya hoy

Las camareras barren, pasan la fregona con agua de lejía y reparten ceniceros por las mesas. El poeta y yo permanecemos en silencio, sentados ante una lata de coca-cola y un cortado con una nube de leche. Quiero otra light, y besar de nuevo este humo que se deshace, me dice con el pitillo sujeto a lo Bogart entre los labios. Abro deprisa la libreta y anoto eso de besar el humo que se deshace, y él aplasta el cigarrillo a medio fumar contra el cenicero,  me lanza un puntapié por debajo de la mesa y sonríe como si yo fuera una enfermera nueva. Je veux délaisser l'Art vorace d'un pays (2), murmura con los ojos achinados: anoche vi otro gremlin rondando la bañera.

Es tan bella la ruina, tan profunda

Cuando vuelvan las voces ya no estaré aquí. Me habré ido con Michi a fumar cigarrillos, me susurra al oído. Hoy  parece más viejo mientras la enfermera le hace tragar el haloperidol disuelto en coca-cola light. Tiene un velo de baba en la barbilla y entre los pliegues de sus párpados caben cementerios. Por la ventana entra un aire helador. Y yo apenas me atrevo a entreabrir la libreta. O Satan, prends pitié de ma longue misère! (3)

Qué es la nada, preguntas saliendo de la habitación

Nos dejamos ir por las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes. Quiero fumar, insiste con un pitillo húmedo de saliva entre los labios. Y otra coca light. Enseguida, le digo, en cuanto compremos la camisa. Quant mourut n'avoit qu'un haillon (4). Ya tengo una camisa, murmura. Me la regaló la CIA por mi cumpleaños. A regañadientes, logro que pise por fin tierra firme. Cuando, camino de la de camisas, atravesamos la zona de trajes, se los queda mirando dentro de las perchas con fijeza, e, inquieto, tira de mí hacia las escaleras. Vámonos, dice con un hilo de voz: aquí solo hay fantasmas. 

Ven despacio hacia mí luna de dientes caídos

Este cementerio no es cualquier cosa, pues las lápidas del fondo son de mármol rosa. Tenemos que volver, insisto. Otro día pasamos por el barrio de las putas. El poeta echa a correr entre el gentío, se hinca de rodillas a las puertas del McDonald’s y se pone a aullarle a la luna llena. Tu demandes pourquoi j'ai tant de rage au cœur/ Et sur un col flexible une tête indomptée (5). Soy un licántropo, murmura, y se enciende un cigarrillo. Venga, levántate, no hagas el loco. Le ofrezco mi mano y me da un lametazo rápido en el dorso. Luego, con los ojos cerrados, apaga el cigarro entre los adoquines: cuando caiga la luna vendrán y nos cortaran a todos las pollas y los pies. ¿Los gremlins?, pregunto. Las putas sin dientes, contesta.

El acto del amor es lo más parecido a un asesinato

Llueve, y oculto la libreta bajo mi jersey. By the North Gate, the wind blows full of sand (6). El poeta rechina la mandíbula y, con los ojos fijos en el horizonte brumoso del paseo marítimo, prorrumpe en una risa inexplicable. Mi madre se llamaba Felicidad, dice entre dientes mientras se apalpa inquieto la camisa en busca de un cigarrillo, y cuando murió traté de devolverla a la vida con respiración boca a boca, que es una resurrección hindú. Eras solo un hombre entonces, le consuelo, qué otra cosa ibas a hacer. Era solo un hombre, sí, reconoce, y estaba ya casi muerto.

Se diría que has muerto y eres alguien por fin

No es el tabaco, es el haloperidol que me deja la boca seca, murmura tras darle un sorbo a su coca light y devolverla de nuevo a la mesilla. L'air est plein du frisson des choses qui s'enfuient (7). Llegará, al final siempre llega, el día de los gremlins. Me encontrarán de noche, susurra, lejos de esta almohada, tumbado boca arriba en una acequia con los labios polvorientos de ceniza. Y vendrán a mi entierro de cuerpo ausente Sitting Bull, la vieja del carrito, los trajes vacíos, Michi, mi madre, el enano rojo, algunas putas sin dientes y una enfermera nueva. Y entonces, amigo, no tendrás otro remedio que cerrar tu libreta y decirle al mundo en mi defensa que, un día, sedado de haloperidol, te dije que jamás le des la espalda al niño del columpio y que hubiera sido un placer no conocerme.

(1) El cigarro dice luego. Toda el alma resumida, de Stephane Mallarmé.

(2) Renunciar quiero al Arte voraz de un cruel país. Cansado del amargo reposo..., de Stephane Mallarmé.

(3) ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria! De Las letanías de Satán, de Baudelaire.

(4) Cuando murió no tenía más que un harapo. Balada (de término), de François Villon.

(5) Por qué en mi corazón hay tanta rabia, dices, y en mi cuello flexible una cabeza indómita. Anteros, de Gerard de Nerval.

(6) En la Puerta del Norte, el viento trae montones de arena. Lamento del guardián de la frontera, de Ezra Pound.

(7) El aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan. El crepúsculo matutino, de Charles Baudelaire.