14 de diciembre de 2006

Cuando la realidad supera a la ficción o viceversa (o de cómo la vergüenza cayó sobre un colega islandés)

Carta desde Reikiavik
Einar Örn Gunnarsson
Tradución de Kristinn R. Ólafsson

[...] En 1986, mis padres pasaron el invierno en París, por lo que tuve su casa a mi entera disposición. En aquel entonces estudiaba derecho en la Universidad de Islandia. Mi primer relato corto se publicó en marzo y, con ocasión de tal evento, decidí celebrar una gran fiesta de lanzamiento. Por alguna extraña coincidencia, encontré un arbolito de Navidad mientras buscaba candelabros en el trastero, y tuve una idea. Resolví celebrar la Navidad. Mis amigos enseguida se apuntaron y adornamos el arbolito, pusimos villancicos en el tocadiscos y colgamos una estrella de cartón en la ventana. El aroma del asado navideño inundaba la casa y el vino fluía. Algunos niños de la vecindad, atraídos por el ruido, llamaron al timbre, preguntando qué pasaba. Les invité a pasar, les leí unas cuantas páginas del relato y les regalé algunos ejemplares. La historia estaba escrita en un tono socarrón y trataba sobre un joven que se dedicaba, mayormente, a maltratar a su madre. Una vez los padres de los niños tuvieron los libros en sus manos, estalló una ola de indignación; recibí una llamada amenazadora de parte de una de las madres, y luego me enteré de que algunas amas de casa de mi calle que conocían a mis padres se habían reunido para discutir qué hacer conmigo. Y no mejoró la cosa cuando acordé con un chico repartidor de periódicos que me vendiera el relato por el barrio. Era bajito, pelirrojo, de piel muy blanca y ojos azules, la viva imagen de la inocencia. Hace falta un corazón muy gélido para negarse a comprar a un chavalito un relato titulado: Carta a mamá.
El relato provocó fuertes reacciones, que me divirtieron al principio, pero al correr el tiempo, mi vida quedó impregnada de rumores. Muchos de los lectores no lograron distinguir entre el autor de la obra y la obra en sí. Los lectores islandeses están muy pegados a la tierra, por lo diminuto de la sociedad. Los habitantes de Reikiavik son unos cien mil y pico, y la nación islandesa entera no llega a los trescientos mil. Y entre los islandeses hay una tendencia muy arraigada de ligar la novela directamente con la realidad. En cuanto en una novela islandesa sucede algo que no se ajusta a la verdad, su poder de persuasión adolece. Ésa es la razón principal por la que los autores islandeses de novelas policíacas lo tienen crudo. Un homicidio en Islandia es un notición que todo el mundo recuerda. Si, por ejemplo, alguien es asesinado en una novela que tiene lugar en Reikiavik, el autor instantáneamente ha despojado la obra de su poder de convicción, saliéndose de lo verosímil.
Aunque la mayoría de los islandeses no se dejen engañar por los escritores, los hay que creen que todo lo que se publica en un libro es la pura verdad. Tuvo el Premio Nobel, Halldór Laxness, oportunidad de experimentar tal extremo en 1948, con ocasión de la publicación de su novela La base atómica. La obra cuenta la historia de la joven campesina, Ugla, que entra como sirvienta al servicio de una familia de clase alta de Reikiavik. La hija de la familia queda embarazada y se somete a un aborto. Poco tiempo después de la publicación de la novela, el autor fue llevado a un interrogatorio por parte de las autoridades policiales que exigieron saber dónde y cuándo se había practicado el aborto. [...]

8 de septiembre de 2006

Miguel Angel Muñoz entrevista a Ignacio Ferrando

Hacía mucho tiempo que no leía una entrevista tan centrada en el mundo interior del escritor, en la arquitectura de la creación y en los resortes que desencadenan el proceso de escritura (la búsqueda de la inspiración; porque la inspiración no viene, hay que salir a buscarla cada día). Cada pregunta y cada respuesta está planteada y contestada tras una obligada reflexión, con hondura y rigor, en las antípodas de las superficialidades habituales.

Para leerla, pulsa sobre el título de este post.

27 de agosto de 2006

Acto de entrega del premio González-Castell

Este fin de semana estuve en Montijo (Badajoz) recibiendo el premio Rafael González-Castell, y no quiero dejar pasar la oportunidad de agradecer en este blog el espléndido trato recibido, que me ha hecho sentirme muy cómodo en todo momento. El próximo año, por estas fechas Dios mediante, volveré a Montijo para presentar el libro de relatos premiado, Norteamérica profunda.

Más información sobre el acto pulsando sobre el vínculo del título del post.

28 de junio de 2006

Núm. 2 de Narrativas

  • Hola a todos, este es el menú del segundo número de Narrativas:

    Ensayos:
    Análisis semiótico de "El árbol" de María Luisa Bombal, por Magda Díaz y Morales
    Amor a vuelta de correo, por Dulce María González
    La Trenza de Sor Juana: tributo al segundo oficio más antiguo del mundo, por
    Eve Gil
    Dentro del hipertexto: analogías topológicas en narrativa, por
    Sofía González Calvo

    Relatos:
    Como cada mañana..., por
    Lorenzo Silva
    El tiempo obsceno, por Rolando Gabrielli
    Quiromancia, por Iván Humanes
    Media distancia, por
    Luis Tamargo
    El gesto de alguien que está en otra parte, por Cristina Rivera Garza
    Teníamos los ojos tan bellos, por
    Sergio Llorens
    Horacio Kustos y el editor que oyó, por Alberto Chimal
    La mano que me toca en la noche, por
    Rosa Silverio
    ¿En qué piensas?, por Edilberto Aldán
    Kayla, por
    Agustín Fest Salazar
    Celebración de don Alonso Quijano, por Rogelio Guedea
    Moscas, por Juan Carlos Márquez
    Dar posada al peregrino, por
    Fernando Arrojo
    Los felices años cuarenta, por Antonio Tausiet
    El huérfano, por Carlos Castán

    Narradores: Carlos Castán

    Novedades editoriales
    Reseñas
    Noticias

12 de mayo de 2006

"La pecera" Finalista I Certamen Microrrelatos de Verano Satiria

Me pasé aquel verano de fiesta en fiesta, de trago en trago, persiguiendo chicas de esas que amanecen en la playa con los pechos salpicados de semen y arena y una polla flácida entre las manos. Sufría unas resacas tan espantosas como pasajeras. Cerraba los ojos y veía rostros inquietantes de desconocidos acercarse a mí. Se acercaban poco a poco, hombres y mujeres, de cualquier edad, con una sonrisa sardónica entre los labios. A veces se acercaban tanto que dejaba de verlos. Mi mente acabó por proyectarse por toda la casa. Las pelusas flotaban a sus anchas sobre el parqué y las bolsas de basura se acumulaban bajo el fregadero. Desde que se fueron mis padres -hacía ya más de dos semanas- no había fregado un solo plato. Los apilaba en la bañera, en remojo, con un buen churrete de gel, a la espera de mejor ocasión. Flotaban en el agua tibia a la deriva, como colchonetas en una piscina. Una mañana, al despertar, me llegó desde el baño un olor nauseabundo y decidí terminar con aquello. Apenas quedaba un dedo de margen para que el agua comenzara a rebosar por los bordes. Me arrodillé, metí una mano en el agua y quité el tapón, pero el nivel del agua no descendía. Supuse que el desagüe había atraído como un imán todos los restos blandos y viscosos de comida. Tomé un puñado y saqué la mano llena de gusanos, gusanos pequeños y plateados que brillaban como peces de colores.