
Entonces se presentaron al certamen 6.438 cuentos y cuando me llamaron para comunicarme la noticia casi me da un jamacuco (no todos los días le dicen a uno que su cuento ha quedado el tercero entre 6.438). Además, el jurado estaba integrado por escritores de prestigio (pónganle al “prestigio” los millones de comillas que quieran).
Con todo, yo no supe de la dimensión real del premio hasta que leí Los caballos azules, que me pareció un engranaje perfecto y preciso. Aquellos caballos azules dieron nombre luego, en 2005, a una antología de relatos del escritor asturiano, del mismo modo que mi cuento (La sombra de las acacias) aparecerá pronto en una mía. Parece que siempre voy varios pasos por detrás de Menéndez Salmón (y en plan mucho más minoritario, claro). Así que ahora que le va tan bien con La ofensa, su última novela, me alegro mucho por los dos.
Al margen de este paralelismo azaroso, un tanto austeriano, quiero transmitiros a quienes tenéis la paciencia de pasaros de vez en cuando por aquí (e incluso de leerme) mis impresiones sobre La ofensa y su autor.
Creo que Ricardo Menéndez Salmón es un escritor preciso (y a veces precioso) que conoce el oficio y no tiene nada que ver con la rémora de chapuceros que hace ya demasiados años viene lastrando la literatura española. A uno podrá o no gustarle el estilo, un tanto barroco, del autor, pero detrás de cada línea de La ofensa hay muchísimo trabajo, muchas tomas de decisiones y mucho reposo, y escritores que se acerquen a la escritura con esa profesionalidad (en el buen sentido, en el creativo, no en el mercantilista) debe de haber tres y el del tambor; al menos subidos en el iceberg (otra cosa son los cadáveres congelados que flotan debajo). Como bien avanza su segundo apellido, pudiera decirse que Ricardo Menéndez Salmón es un superviviente.
La ofensa es un homenaje intencionado a El corazón de las tinieblas, de Conrad, de otra forma no se entendería (o sería una casualidad insólita, hiperausteriana) que el personaje principal de la primera se llame Kurt y el de la segunda, Kurtz; y que en ambas novelas el horror sea el protagonista exclusivo. Pero el punto de vista varía: en El corazón asistimos a un horror exógeno, puesto ante los ojos del mundo mediante la mirada de Marlow; en La ofensa, ante uno endógeno, capaz de aniquilar al hombre por dentro, de reducirlo a un recuerdo remoto de sí mismo, a una lobotomía emocional. No estamos pues ante novelas excluyentes, sino complementarias, ante dos viajes que confluyen.
Por otra parte, la longitud de la novela (142 intensas páginas) es un oasis en este mar de novelones actuales que parecen haber sido concebidos para ponerse sobre una balanza y venderse al peso. El mundo interior de Kurt (de ese sastre a quien secuestra el monstruo del nazismo y que protagoniza y prácticamente monopoliza la novela) queda reflejado por una voz en tercera a base de concisión, de pinceladas finas, elipsis afortunadas y un dominio del símil depurado, con una estética visual y sensitiva en las antípodas de los territorios comunes.
Habrá quien opine que Menéndez Salmón es un escritor denso, barroco (como decía antes), pero yo no lo creo. Yo pienso que es un escritor que se desvive por su trabajo y que manifiesta una necesidad imperiosa de ser certero, minucioso, infalible, igual que un buen artesano, como su propio Kurt. Y a este tipo de escritores en vías de extinción, con independencia de los gustos personales de cada cual, lo único que se les puede desear es salud y suerte.