25 de noviembre de 2008

DIPLOMAT

Diplomat de hueso: cazoleta Prince, caño ovalado, cánula aplastada, larga y ligeramente curvada. Entonces no sabía que pudieran decirse tantas cosas sobre una pipa. La adquirí en Honolulu, en una escala forzosa tras una larga y accidentada travesía en fragata. Es una oportunidad única, la rescataron hace años de un naufragio en los Mares del Sur, me dijo un vendedor nativo. Yo no fumaba, lo cual es extraordinario en un marino e inaudito en un escritor, pero me la acerqué a los labios y me gusté en un espejuelo. Me daba un aire de autor prolijo y honorable. El nativo insistió en que parecía hecha a mi medida. El caso es que acabé comprándola por pura coquetería. La puse sobre la chimenea del salón de mi casa en Pittsfield entre una miniatura de Galeón y un ancla herrumbrosa que conservaba desde mis tiempos de mozo de cabina en Liverpool. La pipa estuvo allí varios meses acumulando polvo hasta que vino a visitarme Nathaniel Hawthorne, quien cruzó el salón directo hacia ella. La alzó despacio sobre una mano, levantó el polvo que la cubría de un soplido y le sacó un brillo minucioso con una bocamanga de su camisa. Es un ejemplar de coleccionista, Herman, dijo con ese vozarrón suyo que resuena como un vapor surcando el Misisipi, pero tienes que encenderla de vez en cuando o acabará por estropearse. Y eso sería una lástima, una auténtica lástima, añadió. Nathaniel es un fumador empedernido. Cuesta imaginarlo sin su pipa. Cuando no la lleva pegada a los labios, humeando neblinas, sus facciones se crispan. Me dejó un poco de su picadura y esa misma noche seguí su consejo sentado en la mecedora del porche. Di una calada profunda y exhalé con suavidad: los borbotones de humo, el silencio, era como permanecer en soledad en la cubierta de un barco mientras cae la bruma. Cuando miré al horizonte la pipa había adoptado la silueta de una ballena.