TAQUÍGRAFOS Y POETAS
[…] son estos ojos cual dos cuevas
[…]
y en mi cabeza sopla el viento:
¿será la muerte como un vino?
A
Leopoldo María Panero y Félix J. Caballero
Sitting Bull ha muerto:
no hay tambores
El indio eyaculaba la
chispa de la vida, por eso lo mataron. Fueron los gremlins: el séptimo de
gremlins. El poeta exhala el humo de su cigarrillo y me mira de reojo desde el
otro extremo del banco de piedra mientras inauguro una libreta. Luego escupe en
sus zapatos y le sale por la boca algo inaudible, una especie de gruñido en
francés. Quiere matarnos. El niño del columpio, añade tras un tiempo de
silencio. Atteste quelque cigare (1).
¿Te cuento un chiste de
locos? No, mejor no, poeta, le digo. Sitting Bull, cabecea, tenía la polla
larga y afilada como un abrecartas, por eso lo mataron.
Fumo para frotar el
tiempo y a veces oigo la radio
Born in the USA. No me tomes del brazo
para cruzar la calle, porque no volveré a morir atropellado. No hay peligro en
las ruedas. La muerte es esa vieja. Esa vieja de la CIA que arrastra por la
acera el carro de la compra. Poeta, coño, le riño, eso ya lo dijiste ayer y
anteayer, y me guardo la libreta y la pluma en un bolsillo. Bajo el hombrecillo
rojo del semáforo, el poeta tiembla de demencia, se arruga y se prende otro
pitillo. La llama exagerada chamusca sus pestañas. Ese hijoputa enano es el
jefe del mundo, musita alzando la barbilla. Y luego, muy despacio, se frota
ambos párpados contra el telón del tiempo: cómprame otra coca.
Hablamos para nada, con
palabras que caen y son viejas ya hoy
Las camareras barren,
pasan la fregona con agua de lejía y reparten ceniceros por las mesas. El poeta
y yo permanecemos en silencio, sentados ante una lata de coca-cola y un cortado
con una nube de leche. Quiero otra light,
y besar de nuevo este humo que se deshace, me dice con el pitillo sujeto a lo
Bogart entre los labios. Abro deprisa la libreta y anoto eso de besar el humo
que se deshace, y él aplasta el cigarrillo a medio fumar contra el cenicero, me lanza un puntapié por debajo de la mesa y
sonríe como si yo fuera una enfermera nueva. Je veux
délaisser l'Art vorace d'un pays (2), murmura con los ojos
achinados: anoche vi otro gremlin rondando la bañera.
Es tan bella la ruina,
tan profunda
Cuando vuelvan las voces
ya no estaré aquí. Me habré ido con Michi a fumar cigarrillos, me susurra al
oído. Hoy parece más viejo mientras la
enfermera le hace tragar el haloperidol disuelto en coca-cola light.
Tiene un velo de baba en la barbilla y entre los pliegues de sus párpados caben
cementerios. Por la ventana entra un aire helador. Y yo apenas me atrevo a
entreabrir la libreta. O Satan, prends pitié de ma longue misère! (3)
Qué es la nada, preguntas saliendo de la habitación
Nos dejamos ir por las
escaleras mecánicas de unos grandes almacenes. Quiero fumar, insiste con un
pitillo húmedo de saliva entre los labios. Y otra coca light. Enseguida, le digo, en cuanto compremos la camisa. Quant
mourut n'avoit qu'un haillon (4). Ya tengo una
camisa, murmura. Me la regaló la CIA por mi cumpleaños. A regañadientes,
logro que pise por fin tierra firme. Cuando, camino de la de camisas,
atravesamos la zona de trajes, se los queda mirando dentro de las perchas con
fijeza, e, inquieto, tira de mí hacia las escaleras. Vámonos, dice con un hilo de
voz: aquí solo hay fantasmas.
Ven despacio hacia mí
luna de dientes caídos
Este cementerio no es cualquier cosa, pues las lápidas
del fondo son de mármol rosa. Tenemos que volver, insisto. Otro día pasamos por el
barrio de las putas. El poeta echa a correr entre el gentío, se hinca de
rodillas a las puertas del McDonald’s y se pone a aullarle a la luna llena. Tu
demandes pourquoi j'ai tant de rage au cœur/ Et sur un col flexible une tête
indomptée (5). Soy un licántropo, murmura, y se
enciende un cigarrillo. Venga, levántate, no hagas el loco. Le ofrezco mi mano y
me da un lametazo rápido en el dorso. Luego, con los ojos cerrados, apaga el
cigarro entre los adoquines: cuando caiga la luna vendrán y nos cortaran a
todos las pollas y los pies. ¿Los gremlins?, pregunto. Las putas sin dientes,
contesta.
El acto del amor es lo
más parecido a un asesinato
Llueve,
y oculto la libreta bajo mi jersey. By the North Gate, the wind blows full of sand (6).
El
poeta rechina la mandíbula y, con los ojos fijos en el horizonte brumoso del
paseo marítimo, prorrumpe en una risa inexplicable. Mi madre se llamaba
Felicidad, dice entre dientes mientras se apalpa inquieto la camisa en busca de
un cigarrillo, y cuando murió traté de devolverla a la vida con respiración
boca a boca, que es una resurrección hindú. Eras solo un hombre entonces, le
consuelo, qué otra cosa ibas a hacer. Era solo un hombre, sí, reconoce, y
estaba ya casi muerto.
Se diría que has muerto
y eres alguien por fin
No es el tabaco, es el haloperidol que me
deja la boca seca, murmura tras darle un sorbo a su coca light y devolverla de nuevo a la mesilla. L'air
est plein du frisson des choses qui s'enfuient (7). Llegará,
al final siempre llega, el día de los gremlins. Me encontrarán de noche, susurra,
lejos de esta almohada, tumbado boca arriba en una acequia con los labios
polvorientos de ceniza. Y vendrán a mi entierro de cuerpo ausente Sitting Bull,
la vieja del carrito, los trajes vacíos, Michi, mi madre, el enano rojo, algunas
putas sin dientes y una enfermera nueva. Y entonces, amigo, no tendrás otro
remedio que cerrar tu libreta y decirle al mundo en mi defensa que, un día, sedado
de haloperidol, te dije que jamás le des la espalda al niño del columpio y que
hubiera sido un placer no conocerme.
(1) El cigarro
dice luego. Toda el alma
resumida, de Stephane Mallarmé.
(2) Renunciar quiero al Arte voraz de un cruel país. Cansado
del amargo reposo..., de Stephane Mallarmé.
(3) ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga
miseria! De Las
letanías de Satán, de Baudelaire.
(4) Cuando murió no tenía más que un
harapo. Balada (de
término), de François Villon.
(5) Por qué en mi corazón hay tanta
rabia, dices, y en mi cuello flexible una cabeza indómita. Anteros, de Gerard
de Nerval.
(6) En la Puerta del Norte, el viento
trae montones de arena. Lamento
del guardián de la frontera, de Ezra Pound.
(7) El aire está lleno del escalofrío
de las cosas que se fugan. El
crepúsculo matutino, de Charles Baudelaire.