Einar Örn Gunnarsson
Tradución de Kristinn R. Ólafsson
[...] En 1986, mis padres pasaron el invierno en París, por lo que tuve su casa a mi entera disposición. En aquel entonces estudiaba derecho en la Universidad de Islandia. Mi primer relato corto se publicó en marzo y, con ocasión de tal evento, decidí celebrar una gran fiesta de lanzamiento. Por alguna extraña coincidencia, encontré un arbolito de Navidad mientras buscaba candelabros en el trastero, y tuve una idea. Resolví celebrar la Navidad. Mis amigos enseguida se apuntaron y adornamos el arbolito, pusimos villancicos en el tocadiscos y colgamos una estrella de cartón en la ventana. El aroma del asado navideño inundaba la casa y el vino fluía. Algunos niños de la vecindad, atraídos por el ruido, llamaron al timbre, preguntando qué pasaba. Les invité a pasar, les leí unas cuantas páginas del relato y les regalé algunos ejemplares. La historia estaba escrita en un tono socarrón y trataba sobre un joven que se dedicaba, mayormente, a maltratar a su madre. Una vez los padres de los niños tuvieron los libros en sus manos, estalló una ola de indignación; recibí una llamada amenazadora de parte de una de las madres, y luego me enteré de que algunas amas de casa de mi calle que conocían a mis padres se habían reunido para discutir qué hacer conmigo. Y no mejoró la cosa cuando acordé con un chico repartidor de periódicos que me vendiera el relato por el barrio. Era bajito, pelirrojo, de piel muy blanca y ojos azules, la viva imagen de la inocencia. Hace falta un corazón muy gélido para negarse a comprar a un chavalito un relato titulado: Carta a mamá.
El relato provocó fuertes reacciones, que me divirtieron al principio, pero al correr el tiempo, mi vida quedó impregnada de rumores. Muchos de los lectores no lograron distinguir entre el autor de la obra y la obra en sí. Los lectores islandeses están muy pegados a la tierra, por lo diminuto de la sociedad. Los habitantes de Reikiavik son unos cien mil y pico, y la nación islandesa entera no llega a los trescientos mil. Y entre los islandeses hay una tendencia muy arraigada de ligar la novela directamente con la realidad. En cuanto en una novela islandesa sucede algo que no se ajusta a la verdad, su poder de persuasión adolece. Ésa es la razón principal por la que los autores islandeses de novelas policíacas lo tienen crudo. Un homicidio en Islandia es un notición que todo el mundo recuerda. Si, por ejemplo, alguien es asesinado en una novela que tiene lugar en Reikiavik, el autor instantáneamente ha despojado la obra de su poder de convicción, saliéndose de lo verosímil.
Aunque la mayoría de los islandeses no se dejen engañar por los escritores, los hay que creen que todo lo que se publica en un libro es la pura verdad. Tuvo el Premio Nobel, Halldór Laxness, oportunidad de experimentar tal extremo en 1948, con ocasión de la publicación de su novela La base atómica. La obra cuenta la historia de la joven campesina, Ugla, que entra como sirvienta al servicio de una familia de clase alta de Reikiavik. La hija de la familia queda embarazada y se somete a un aborto. Poco tiempo después de la publicación de la novela, el autor fue llevado a un interrogatorio por parte de las autoridades policiales que exigieron saber dónde y cuándo se había practicado el aborto. [...]