17 de mayo de 2007

Si te comes un limón y se te indigesta un poco

Hoy me toca a mí hablar del último libro de Pàmies, pero seré breve, porque ha corrido ya demasiada tinta para un libro que, vaya esto como avanzadilla, no merece tantas atenciones. Solo una precisión antes de comenzar: este es mi primer acercamiento al autor y quizá ese detalle me sitúa en una posición más objetiva (y más ignorante) que la de otros compañeros y amigos que, con disparidad de opiniones, se enfrentaron antes al libro.
Dice Vila-Matas en el prólogo que Si te comes un limón sin hacer muecas esconde en realidad tres mil páginas más, pues bien, yo opino lo contrario: que le sobran muchas. A mí el libro se me ha hecho hasta un poco pesado. He tenido demasiadas veces la sensación de que me estaban contando una y otra vez el mismo cuento: el mismo esquematismo narrativo (Pàmies se queda varado a medio camino entre la parquedad y la esencia; eso cuando no se atasca en la parquedad), el mismo final ingeniosillo (facilón) y la misma cantinela doméstica posindustrial.

A la escritura de Pàmies le ha pasado como al Increíble hombre menguante, que ha encogido tanto que se ha vuelto invisible (o peor aún, previsible), de modo que algunos de estos cuentos han quedado reducidos a una sucesión de frases aisladas, entiendo (o quiero entender) que como reflejo intencionado de la aislante vida actual. En cierta forma, es como si Pàmies fuera un tigre que tratara de camuflarse sobre una alfombra de piel de tigre, pero sin éxito, porque resulta que al tigre tumbado se le ven los huevos, unos huevos rojos como puños de grandes.

Todo esto hay que tamizarlo y relativizarlo, es obvio: con todo, Si te comes un limón sin hacer muecas supera (y con creces) a la mayoría de libros de relatos que aparecen en las mesas de novedades de las librerías (claro que eso tampoco es para rasgarse las vestiduras, por mucho que esté enfrente un tigre). Pero al tigre lo que es del tigre.

Para terminar, me gustaría destacar dos relatos, uno bueno y uno malo, como en los chistes:

El bueno, o más bien interesante, se titula Ficción y es un ejercicio de metaliteratura que tendría su aquel como material de aprendizaje en los talleres literarios; una no historia original. El malo lleva por título El pozo y quiere decir tanto que no dice nada. Este también serviría como ejemplo para los alumnos de un taller literario, pero de lo que no se debe hacer.

13 comentarios:

Manu Espada dijo...

Totalment de acuerdo, me parece que ese minimalismo que quiere ir más allá de lo que realmente hay, suena un poco a vagancia, aunque suene crudo, pero es lo que pensé al leerlo.

Sergi Bellver dijo...

Iba a decir otra cosa, pero palabra que me ha pasado algo gracioso, tontorrón, tal vez sean los hilos del destino, el caso es que cuando he abierto la ventana de comentarios y he llenado las casillas con la id de Blogger y contraseña, arriba, donde el código de letras para verificar, aleatoriamente, ha salido:

qpast

¿Estamos ante una nueva crítica virtual, automática? "Qué pastel", parece que quería decir don Silicio Binario, reputado crítico de la red, en lenguaje sms.

Perdonad la absoluta ida de olla...

Al tema: como ya he dicho a una buena amiga... mentando al anfitrión de estas Relataduras, y antes de saber del limón aquí, si hacemos la media entre el agrado de algunos autores a los que respeto y admiro, y el libelo de otros que tanto monta, nos queda un libro de cuentos que divide a la parroquia, pensaremos. Pero es que luego no llega ni a eso (no es ni provocador), poco a poco, de lector en lector, voy viendo que no llega, que no emociona, que apenas dice, que no se cuestiona... y eso me va dando la verdadera medida del limón de marras.

En su día aventuré una impresión tras una breve lectura, apenas un barniz (en contra de mi costumbre, y cagándola, por supuesto), más bien favorable -eso es "mérito" del oficio, que a Pàmies se le sabe-. Algo querrá decir que me de una pereza impresionante hacerle una segunda y justa lectura... Mi tocayo me gustó más con El último libro de Sergi Pàmies. Este, como bien dices, Juan Carlos, no es tan malo como otros bodrios que circulan por ahí con la vitola de "cuentos". Pero lo olvidaremos fácilmente, lo que ya dice casi todo...

Lo que ya me parece más grave es esa connivencia repentina de Pàmies con los vericuetos de prebendas y lametones del mundillo editorial y promociones varias. Me huele a cantos de sirena y Ulises tan contento, de cabeza al Egeo. Ya sé que tú querrías a todos los editores a tus pies, Juan Carlos, y que la superagente Balcells te cerrara un contrato que ni Ronaldinho, pero ya sabes de lo que hablo.

Un abrazo, dos cañas y otra de rabas.

Anónimo dijo...

Hola, Juan Carlos:
Estuve a punto de dejar un comentario en el blog del amigo M cuando publicó su recargadísima crítica, pero como se me pasó el tiempo comentaré algo por aquí.
Me da la impresión de que juzgáis a Pàmies desde una posición superior, alejada y, lo que me resulta peor, privilegiada. (Y espero que esto no tenga nada que ver con "Relataduras" ni con vuestra militancia tallerista.) Me parece que si Pàmies no tuviese el nombre que tiene, y no se estuviese dejando ver cada vez más, y no hubiera dejado de ser el autor 'anagramista' minoritario que era hasta hace cuatro o cinco años, las críticas que se han vertido sobre "Si te comes un limón sin hacer muecas" no serían ni la mitad de duras.
Dices tú mismo que te da la sensación de que te cuentan el mismo cuento una y otra vez, o decía M que "la voz se construye desde una misma posición"; no creo que haya que ser un observador demasiado atento para darse cuenta de que Pàmies basa el efecto de sus cuentos precisamente en el uso de ese tono. Ésa es su marca de la casa, como Monzó tiene también la suya, y el hecho de que la utilice recursivamente no me parece un fallo, sino una simple asunción de su propio estilo.
Es curioso que tanto tú ("la misma cantinela doméstica posindustrial") como M ("este cuento parece un ejemplo claro de eso que antes he llamado 'posición acomodaticia' del escritor de clase media") ataquéis esa postura o manera de narrar. Y lo cierto es que me gustaría, ya que no he tenido el placer, de leer textos activamente combativos, porque yo pensaba que el fin de la literatura era reflejar la realidad, y no cambiarla. El señalar las carencias de una sociedad no me parece ni una cantinela ni una posición acomodaticia, porque lo cierto es que es difícil que Pàmies (ni nadie) pueda hacer algo más que apuntar con el dedo. Él poetiza (que su estilo nos guste más o menos es, eso sí, discutible) esos fallos de la sociedad, los exhibe ante nosotros para que podamos verlos; por supuesto, no hay peor ciego que el que no puede ver, y habrá quien no quiera mirar, o simplemente no pueda.
Por estos motivos creo yo que "El pozo" es un relato mayúsculo: porque con una economía narrativa total consigue provocar en el lector multitud de interpretaciones. ¿Que es facilón? Si facilón es causar sensaciones y agitar la conciencia, conseguir que la mente elabore teorías y que no confíe en la lectura lineal, entonces sí, "El pozo" es facilón.
Un saludo, Juan Carlos.

Juan Carlos Márquez dijo...

Hola, Sr. Molina:

No voy a entrar en lo de los talleres, porque creo que no viene al caso. Están ahí, son una realidad y me parece lógico y hasta higiénico que tengan detractores (hasta la paz mundial tiene detractores). Tampoco me he confabulado con Matías ni con otros "privilegiados", como tú nos llamas, contra Pàmies, a quien no conocía y de quien me he comprado el libro precisamente por ese empujón mediático que ha recibido. A partir de ese momento, me leo el "limón", pero está lejos de entusiasmarme, me produce cierta acidez, al contrario que me ocurre con los libros de Monzó, a quien aludes.
Yo esperaba más, eso es todo.
Por otra parte, "El pozo" será todo lo magnífico que tu imaginación quiera, porque lo has escrito tú, Sr. Molina, Pàmies no ha escrito nada. A mí me parece un cuento de autoayuda.
En cuanto a lo de ese supuesto ensañamiento con los "triunfadores", a lo mejor tienes razón: practico el ensañamiento con los "triunfadores" y cierta indulgencia con quienes intentan abrirse camino. Yo me conduzco así, que le voy a hacer.

Un saludo, Sr. Molina

Sergi Bellver dijo...

Dice el Sr. Molina (invita a tratarle de usted):

Y lo cierto es que me gustaría, ya que no he tenido el placer, de leer textos activamente combativos, porque yo pensaba que el fin de la literatura era reflejar la realidad, y no cambiarla.

Los espejos reflejan la realidad, o acaso la noción de realidad que urdimos en nuestra mente. En todo caso, esa mera función retratista, ultrarealista, de la literatura tibia, ya tiene su campo y sus acólitos, que son legión. Sea como fuere, también ese punto de vista sirve, demasiadas veces, para lo acomodaticio y la desafortunada celebración de lo dado.

No me parece justo insinuar una suerte de connivencia o consigna de clan elitista para los que de alguna manera estamos relacionados, bien por labores adyacentes a la literatura, bien por posiciones éticas y estéticas como creadores, porque la muestra es que varias personas a las que parece aludir el Sr. Molina indirectamente, lejos de posicionarnos en ningún pedestal privilegiado desde el que otear la literatura que se hace y perpetra en estos días, muy lejos de uniformar nuestro criterio, tenemos puntos de vista a menudo divergentes y a veces incluso enfrentados.

Chéjov, con su aparente sencillez, o Tolstoi, con su afán exaustivo, cambiaron algunas cosas en la Rusia de su época, con sus obras. No es necesario abrirse la camisa y gritar soflamas revolucionarias. Pero, para los que creemos (y aquí no estoy pensando en nombres propios, sino en la pequeña parte de lectores y autores que así sentimos) que la verdadera literatura sí tiene, no ya la facultad, sino la obligación moral (para no quedarse en mera oferta de ocio) de incidir en la realidad, nos basta una escritura encendida, ni siquiera explícita, pero contagiosa, al fin y al cabo, que sea capaz de mover "algo" en nosotros, y por pura ley física, en todo aquello que nos rodee.

Los cambios son a veces imperceptibles, pero gotean sin tregua y al final le pueden a la roca. No lo dude. Desde luego, instalarse en la poltrona del "éxito" no me parece la mejor manera de estar disconforme con esa realidad. Muy al contrario.

El peor ciego no es el que no puede, sino el que no quiere ver. Y unos y otros por lo menos tratamos de mirar, con mayor o menor rigor (¿criterio?), con más o menos pasión, y (eso espero) sin sentar cátedra. No hacemos otra cosa que opinar, y leer, leer con atención, que, como dice la Sra. Castro, no es poco.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Sergi, si el objetivo de la literatura es provocar un cambio en el momento en el que ese cambio se se haya realizado la podemos tirar a la basura, ya que no tendría ningún interés. No haría falta leer a Tolstoi o a Chejov porque sus obras resultarían carentes de valor (excepto para algún taller de literatura que otro).

Yo creo que lo que habría que valorar son otras cosas.

De todas formas y ya que lo mencionas, el relato "Nuestra guerra" me parece bastante "activista", si lo sabes mirar desde el punto de vista adecuado.

Sergi Bellver dijo...

Llevas parte de razón, pero no excluyo, Yabu.

Valoro y mucho esas otras cosas, por eso Chéjov, por ejemplo, sigue siendo grande hoy, porque su virtud no se quedó sólo en la honestidad con su obra y el compromiso con su tiempo, sino que toca la fibra de cada generación venidera -aun de los que están en otra, "superada" aquella propuesta estética, muchos siguen, seguimos, amándola-. Pero si te fijas, las grandes obras tuvieron casi siempre, sino la capacidad , sí a menudo el deseo de incidir en la realidad. Y además con la belleza de su genio. Llámame clasicón, afrancesado, vetusto, pero cada cual tiene sus filias, y se me ocurre que El rojo y el negro, o Germinal, por citar dos pilares, siguen siendo grandes hoy por esas otras cosas, pero también por la posición de Stendhal y Zola en su tiempo.

Chéjov cobraba muchas veces por palabra, y aún así seguía depurando su prosa hasta darle la pureza de la nieve. Me pregunto cuántos acomodados de hoy en día no rellenan de ripios o de guiños sus novelones, o de trucos de prestidigitador sus relatos, o de piruetas sus apariciones en los medios, con tal de mejorar la cuota en el próximo contrato.

De todos modos, como lectores, todos, seamos autores o no, tenemos derecho a elegir nuestro nivel de compromiso y nuestra inclinación a la belleza.

Lo mejor de todo es mantener vivos debates como este.

Un saludo.

pd: Juan Carlos, que parezco de Bilbao ya, casi me voy callando, que es tu casa...

Juan Carlos Márquez dijo...

Esta es tu casa también, Sergi, y la de todos. Me encantan estos debates de alcance, esta razonada disparidad de criterios, que nadie tenga la razón.

Anónimo dijo...

Jaja, perdonad las risas, pero es que leo la posdata de Sergi haciendo referencia a Bilbao, y no puedo evitarlas (el anfitrión de esta casa ya sabe por qué).
Menudo debate el abierto con el tocayo de míster Bellver. Habrá que leerse el libro.

Por cierto, Juan Carlos: me encantan tus redecoraciones de Relataduras.

Besos orgiásticos.

Anónimo dijo...

Si es por incidir en la realidad, "El Código da Vinci" ha incidido bastante más que otras obras en los últimos tiempos, y creo que a nada que seamos objetivos es una mierda de novela.

Está claro que cada uno busca una cosa en el arte, pero seguro que hay un mínimo más o menos objetivo a partir del cual algo se puede considerar arte o no, independientemente de que le guste a cada uno, y creo que Pamies supera con creces ese límite.

De todas formas, lo que creo que aportan las buenas obras son formas nuevas de ver la realidad, más que una pretensión de incidir en ellas.

(Y aqui la razón la tengo yo, Juan Carlos, a ver si me voy a tener que empezar a meter contigo. ;) )

Ah, Bellver, y un consejito: no te metas mucho con los profes de talleres de literatura, que me parece que hay unos cuantos por aqui...

Juan Carlos Márquez dijo...

Hola, Ella, mientras me dejabas tu mensaje estaba luchando con el portero de discoteca ese que tienes en tu Orgía para que me dejara entrar. El cabezabuque no me lo ponía fácil, pero me he colado y hasta me he hecho con un pase (me da que eso de que me he colado no va a colar)

Besos de viernes (y de Robinson)

Anónimo dijo...

Me lo he pasado genial con el partido de ping-pong. Y aunque yo no estoy federada, precisamente por no ser der gremio literario, pues hala, voy y doy mi opinión.

Yo no había leído nada de Pàmies; es decir, no estaba predispuesta a comparar El limón con anteriores obras suyas. Lo compré porque me lo recomendó el bloguero pródigo (lo siento, es que me ha encantado), y como me gusta como escribe, le hago caso. Antes de empezarlo pude leer algunas opiniones, desde positivas comos las del Sr.Muñoz o el Sr.Molina, hasta negativas como la del Sr. Candeira (madre mía, qué formalidad, estoy abrumada conmigo misma). Vale, leí el librillo, y como le dije a Sergi, "ni fú ni fá". Así de clarito: no me llegó en absoluto. Me gustaron un par de cuentos, y me horrorizaron otros, y entre ellos, el tan alabado y denostado "El Pozo". No puedo hacer un comentario ni técnico ni profundo. A lo mejor es un libro para especialistas, y yo no llego. Pero como lectora (y compradora de libros), pues..."va a ser que no".

Anónimo dijo...

No he leído a Pàmies, pero ya me chocaría que Anagrama se haya dejado colar una mierda de libro de cuentos. Además, el éxito ajeno me encanta y me pone. Así que mientras me compro o no me compro el Sitecomes, ¡¡¡viva el Sr. Molina!!!