De tarde en tarde, cuando fuera de Euskadi sale a relucir en una conversación la violencia etarra, alguien, con las naturales variaciones, me pregunta algo así: ¿Y tú no tenías miedo de vivir allí? Y yo le respondo: No. Pero enseguida recapacito y termino añadiendo: Bueno sí, una vez, una temporada que tuvimos de vecino a un policía.
Como muchos otros, construí con la rutina de la muerte mi caparazón.
La Foto es de Reuters.
6 comentarios:
Me gusta la entrada por breve y sincera.
Todos construimos caparazones.
Un saludo
R.A.
Lo malo es cuando al miedo lo llamamos de otras formas. Urte Berri On, Carlos! Un abrazo a los tres. Por cierto que este domingo estaré en el programa de Roge Blasco, en Radio Euskadi, hay un enlace en mi blog. Perdona por hacerme publicidad aquí, ya sabes que lo hago con buena intención. A ver cuando caen unos potes en Berango.
Estaré pendiente del programa, Jon, y lo comentaremos tomando potes en Berango cuando tercie.
Un abrazo.
muy buena la frase final.
Qué razón tienes J.Carlos, perturba más ese otro lado más visible, te lo dice una con conocimiento de causa pero sin caparazones, pa qué? si estoy dentro del cementerio.
Recuerdo con una amiga de la facultad, que su padre era militar y vivían en frente del Vicente Calderón (todo casas militares) que cuando iba a estudiar a su casa y bajábamos, antes de subirnos en su coche, se agachaba para mirarle los bajos. Lo hacía como si tal cosa. Yo la miraba entre espantada y ridícula, como si con eso fuera a evitar algo, y ella se encogía de hombros. Supongo que era una costumbre heredada de su padre por toda la familia. Ellos también habían desarrollado ese caparazón, sin duda.
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