Por Trifón Abad.
“Corrijo casi hasta lo enfermizo, me divierte y entretiene tanto o más que crear”
En la foto de cubierta de Llenad la tierra (Menoscuarto, 2010) vemos una piruleta con forma de corazón en una taza llena de sangre. La imagen ya indica lo que vamos a encontrar en las historias del libro: una trabajada mezcla de humor y de sordidez, un estilo cuidado y fuertemente poético, con rasgos de una dureza que lame lo absurdo y que en ocasiones ofrece un realismo descarnado. Efectivamente, todo esto suena a la vida que nos toca atravesar en los primeros años de este siglo XXI. Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967) es una de las voces con mayor personalidad del cuento actual, y la sinceridad con la que afronta las preguntas subraya este rasgo. Lo cual se agradece.
Trifón Abad: ¿Ves realmente la vida tan dura, tan irónica como la transmites en tu último libro, o es sólo literatura?
Juan Carlos Márquez.: Debe de ser que sí, que la vida me parece dura e irónica, quiero creer que sí, porque si hay algo que no está ni ha estado nunca en mi mente es escribir “sólo” literatura. Lo único que nos puede aliviar de llevar una vida tan dura es el humor. Para mí el humor es un antídoto contra la certidumbre de la muerte, es pura vitalidad, y surge básicamente de lo absurdo y de lo surreal, de aquello que trastorna, descoloca o le da un vuelco a lo real. Lo que nos hace reír o sonreír tiene difícil acomodo en lo real, queda al margen.
TA.: Antes de publicar tu primer libro de cuentos ‘Oficios’, tenías una importante labor en tu blog Relataduras, donde según he leído habías publicado algunos de los relatos de esa obra… Háblame de tu experiencia sobre esa ” doble labor” como escritor y bloguero.
JCM.: Me resultaba curioso, a veces edificante, ver la reacción sincera de los lectores ante mis textos; pero luego, cuando aquellos textos fueron formando parte de libros, algunos anónimos empezaron a frecuentar el blog con sus mensajes agresivos y aquello fue poco a poco perdiendo la gracia. Por otra parte, en aquella época empecé a participar en concursos literarios para darle alguna salida a mis relatos (lo único casi que podía hacer entonces y puede hacer ahora un aspirante a escritor sin padrinos ni influencias). Entonces tuve algunos problemas con la calidad de inéditos de mis textos, me llevé algún susto, estuve a punto de perder más de un premio por haber publicado relatos (o incluso fragmentos breves) en mi propio blog, y, como consecuencia, decidí dejar de hacerlo. El blog viró, se ciñó por un tiempo a cuestiones y debates literarios, se centró después en el mundo del relato, pero poco a poco me fui dejando ir, y hoy ha quedado, más que nada, para anunciar mis cosas, recomendar lecturas, mantener el contacto con algunos de mis lectores y servirme como “nave nodriza” para mis excursiones de bloguero, que no es poco.
TA.: Después de Oficios y Norteamérica profunda llega este libro, que está siendo bastante bien recibido por crítica y público, ¿crees que este tercer libro responde con fidelidad a la evolución de tu escritura?
JCM.: Supongo que sí, pero esto de la evolución de los escritores habrá de ser como el crecimiento de los hijos: uno apenas percibe los cambios porque ve a los hijos todos o casi todos los días. Tendría que alejarme una temporada de mí mismo para poder contestar, me temo, y entonces me sentiría muy solo. Y yo no quiero eso. Incluso tendría que releer mis textos de hace años, lo que sería aún peor que sentirme muy solo.
Encontramos intercaladas historias profundamente desarrolladas, con una fuerte carga poética y más extensas –Belgrado 1976 o El progreso-, con otros cuantos relatos muy breves –Mecánica popular, Sopla, Amigos-, casi de guión de cine, sobre temas banales o cómicos que pueden desorientar al lector que conozca tu literatura únicamente por este libro, ¿crees que encajan bien unos con otros o los introduces porque temías ponerte “demasiado serio”?
Los introduje porque forman parte de mi bipolaridad como escritor, muy patente ya en Oficios, y porque funcionan a la manera de los descansillos en las escaleras: son hitos para oxigenarse antes de proseguir el ascenso. Por otra parte, la banalidad a la que aludes me parece un rasgo muy contemporáneo del hombre y de las relaciones humanas, y una de las principales conquistas del capitalismo: el hombre como un ser vigilado por el hombre, que ocupa el lugar que le imponen y no puede moverse de su sitio (El orden integral); el ser humano sin discurso, con su lenguaje inarticulado, que habla por boca de otros, sigue corrientes de opinión, dice lo que suele decirse, que necesita guionistas (Sopla); el hombre que no ha podido ser o no le han dejado ser lo que hubiera querido antes de que la educación lo despojara de su parte más humana (Amigos); el hombre deseante y por tanto insatisfecho (Mecánica popular); el hombre abocado, por encima de su inteligencia, a las convenciones más ridículas (Cuántica). En cuanto a la comicidad, es un espejo que nos devuelve nuestra imagen patética: no puede haber nada más serio.
TA.: Encontramos la figura del niño con cierto protagonismo en varios relatos del libro (Papá mírame, El corazón de mi padre, La vida discontinua, De peceras y Trenes o El progreso, dedicado a tu hijo). Sin duda la presencia del niño activa una emoción innata en nosotros, e influyen de un modo esencial en las relaciones familiares, ¿has empleado esta figura de una manera intencionada?
JCM.: No, pero ser padre está dejando en mí una huella que quizá se manifieste en esta querencia por la aparición de niños.
TA.: Personalmente, dos de los relatos que más me han gustado han sido La meteorología y La eternidad, por la acertada carga poética, incluso surrealista, con que decoras la dureza de los temas que se adivinan en el trasfondo. Ya que te hago la entrevista, permíteme que me dé el gusto de conocer tu opinión sobre estos dos cuentos.
JCM.: Se trata de dos cuentos en los que el argumento tiene un papel casi irrelevante, cuyos verdaderos motores son una semántica imposible y unas asociaciones insólitas de palabras y adjetivos. Estoy de acuerdo en que lo que comentas de la “carga poética”. De hecho, yo concibo el relato, en cuanto género (aunque cada día me desagrada más esta palabra), como un territorio intermedio entre la poesía y la narrativa.
TA.: Dejando de lado los relatos más breves, las historias reflejan esa tendencia a la poeticidad que mencionaba antes, ¿revisas el cuento y pules mucho el estilo después de desarrollar la propia historia o las imágenes te surgen conforme avanza el propio relato?
JCM.: Corrijo mucho, casi hasta lo enfermizo. Corregir me divierte y entretiene tanto o más que crear. Pero lo hago casi sobre la marcha, de modo que el proceso de creación y el de corrección están muy próximos en el tiempo, casi se solapan, lo que me convierte en un escritor muy lento pero bastante seguro.
TA.: Continuando con la labor del escritor, dedicas el libro a otros autores del cuento contemporáneo que además son amigos, imagino que la retroalimentación es mutua y permanente. Háblame de tus primeras influencias y de las actuales.
No soy muy consciente de mis influencias y sería algo esquemático intentar reducirlas solo a la literatura. Están también la música, el cine, la tele, el cómic, los dibujos animados, la familia, ese amigo que conservo desde el parvulario, aquella chica que me besó por primera vez, todo, etcétera, etcétera. Sé que los escritores cuando responden a esta pregunta suelen enumerar listas interminables de grandes autores de la Literatura Universal, contrastadísimos todos, pero yo no me las creo. Si no me creo las de los demás, cómo voy a darte la mía. Creo que será mejor que nos ahorremos todos una media mentira o una media verdad. Otra cosa, bien distinta, es que nombre a los cuentistas españoles con los que siento una mayor afinidad, muchos de ellos amigos, a eso sí que responderé con gusto: Ángel Zapata, Inés Mendoza, Matías Candeira, Julio Jurado, Hipólito G. Navarro, Quim Monzó, Víctor García Antón y Fernando Cañero. Luego hay otro grupo de escritores, menos afines conceptualmente o con otras estéticas, pero que me resultan atractivos como lector: Jon Bilbao, Óscar Esquivias, Fernando Clemot, Carlo Padial, Esther García Llovet, Manuel Moyano, Pedro Ugarte, Cristina Cerrada, Elvira Navarro, Mercedes Cebrián, Gonzalo Calcedo, Pablo Andrés Escapa, Ignacio Ferrando, Patricia Esteban, Miguel Serrano, Javier Sáez de Ibarra, Iban Zaldua, Eider Rodríguez, Jokin Muñoz y otros tantos, centrados en la novela o en la poesía, que no citaré para no hacer esta respuesta interminable.
¿Te has planteado escribir una novela?
No solo me he planteado escribirla, la he escrito y saldrá publicada a finales de este año. La novela, de historias cruzadas, arranca en el sótano de un palacete de Getxo (Bizkaia), donde una obesa mórbida que se desplaza sobre una cama con ruedas mantiene secuestrados a dos universitarios… El resto, a su debido tiempo.
2 comentarios:
Muy interesante la entrevista, yo hasta he aprendido. Huy lo de la obesa mórbida secuestradora suena entre cómico, terrorífico y hasta triste, esperaremos esa publicación.
Un abrazo
Es la primera vez que "navegando" llego a tu blog. Me ha gustado mucho la entrevista, la encuentro interesante y sincera.
Me ha parecido curiosa la forma en la que escribes, corrigiendo a la vez que avanzas, lento pero seguro. Muchos autores dicen lo contrario, que escriben deprisa y luego se meten en la vorágine de corregir. Me parece curioso porque hace dos años y medio que me pilló el gusanillo de la escritura y hago relatos. También soy lenta, aunque no pueda decir que segura. Voy escribiendo y corrijo sobre la marcha, pero no hasta la extenuación. También he aprendido de esta entrevista. Se agradece que la compartas.
La pincelada de esa novela, con una secuestradora obesa, que se mueve con la ayuda de una cama con ruedas, promete.
Un saludo,
Margarita
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